Hace pocas semanas culminó la COP 26. Hay consenso en que no se alcanzaron los acuerdos ambiciosos que se necesitaban, pero al menos se logró, por primera vez, una declaración explícita sobre la disminución del uso de del carbón. Se necesitan cambios en distintos aspectos de cómo vivimos para reducir la magnitud de la crisis climática y de biodiversidad, incluyendo qué comemos, cuánto y cómo nos movemos, qué consumimos, y cuánta energía utilizamos. Si bien el consumo de energía es solo una de las áreas donde se necesitan cambios, es una importante, y donde se están viendo avances. Durante lo que va de este siglo, la generación de electricidad a partir de energía eólica y solar pasó de ser casi inexistente a representar cerca de un 10% de la generación global, pero todavía más del 60% de la electricidad viene de combustibles fósiles. Si consideramos todo el consumo energético, incluyendo electricidad, transporte y calefacción, cerca del 85% de la energía utilizada proviene de combustibles fósiles (gas, carbón y petróleo)[i].

Las mejoras tecnológicas han reducido los costos de la generación eléctrica con energías renovables hasta el punto que pueden competir con los combustibles fósiles. Eso hará que los mercados, más allá de los muchos problemas que tienen, comiencen a abandonar los combustibles fósiles y redirigirse hacia fuentes renovables. En las próximas décadas también vamos a presenciar una transformación en el transporte, donde los vehículos a combustible serán reemplazados por los eléctricos.

Cuando se habla de los costos de la transición energética, la discusión suele limitarse a la pérdida de trabajos en las industrias que irán desapareciendo, como las termoeléctricas y las minas de carbón. Pero la transición energética tiene un lado mucho más oscuro: los impactos ambientales y sociales que tiene la extracción de los minerales que necesita. La generación de electricidad a partir del viento necesita nueve veces más minerales que la generación a partir de gas (para una misma cantidad de electricidad), y los autos eléctricos utilizan seis veces más minerales que los autos convencionales.[ii] La producción de baterías, paneles solares, y generadores eólicos hará que aumente enormemente la demanda por los minerales necesarios para su fabricación.

Pero la minería hace uso intensivo de agua y energía; contamina el suelo, el aire y el agua; puede afectar la biodiversidad por el cambio en uso de suelo; y en algunos países, está asociada a trabajo infantil, abuso sexual, corrupción, y conflictos armados. También está asociada al riesgo de accidentes, como el colapso del depósito de relaves en 2019 en Brumadinho, Brasil, con más de 250 muertes. Otro ejemplo dramático de los impactos socioambientales de la minería es el caso de Bougainville, en Papúa Nueva Guinea. La operación de una mina de cobre y oro, a través de impactos ambientales y la disrupción de los patrones socioculturales existentes, es considerada como uno de los principales gatillantes de una guerra civil que duró una década y costó cerca de 10.000 vidas.[iii] En Sudamérica conocemos bien los problemas sociales y ambientales ligados a la minería, incluyendo, por nombrar unos pocos, la lucha por el agua en las comunidades cercanas a la extracción de litio, y la destrucción de biodiversidad y la minería ilegal de oro en la Amazonía, esta última asociada además al narcotráfico.[iv]

Los gobiernos suelen ver como algo positivo el aumento en la demanda por minerales, por el flujo de recursos que puede ir hacia gasto social. Lamentablemente eso suele hacer que ignoren los problemas ambientales y sociales en nombre del “desarrollo”. Pero en la actualidad, las comunidades y los movimientos sociales no permitirán que las empresas y los gobiernos arrasen sin oposición con los ecosistemas y las comunidades cercanas a las minas. En Argentina, por ejemplo, en gran parte debido a las movilizaciones, la minería está prohibida o tiene fuertes restricciones en cerca de la mitad de las provincias con depósitos minerales del país.

Los impactos negativos de la minería son enfrentados casi exclusivamente por las comunidades cercanas a las minas, ni siquiera por el resto de la población de sus países, y los habitantes de los países no mineros tienen muy poca noción de su existencia. Los ciudadanos de países de altos ingresos son cada vez más cuidadosos con lo que comen, lo que visten, y son conscientes de su consumo energético, pero la mayoría son felizmente ignorantes de los costos que generan en otros lugares del mundo a través de su demanda por minerales. No saben que el tomar bebidas en lata hace que mujeres en Guinea tengan que caminar largas distancias para conseguir agua; que hay trabajo infantil detrás de algunos minerales en sus teléfonos; ni que el cobre en sus autos eléctricos resulta en agua contaminada y daños irreversible a la salud de los niños de algunos remotos pueblos andinos.

Desde los gobiernos de los países de ingresos altos se han limitado a pensar en este tema como un “riesgo”; el riesgo de que la conflictividad social en los países mineros haga más difícil y más cara la transición energética. Por otra parte, a medida que avance la transición energética, se incrementarán las tensiones que enfrentan los países mineros entre extraer esos recursos y generar ingresos, y la preservación ambiental y el cuidado de las comunidades. Desde una perspectiva global, detener la minería no es una alternativa: aunque aumentara enormemente la reutilización y el reciclaje, no hay suficientes minerales disponibles para lo que requerirá la transición energética[v].

¿Es posible hacer minería de otra forma? Nunca se ha intentado realmente obligar a las compañías a desarrollar tecnologías y formas de operar que eliminen sus impactos negativos.[vi] Tampoco sería suficiente tener buenas regulaciones en un país si eso solo desplaza los impactos negativos hacia otros. Y es difícil que los países mineros de ingresos bajos o medios sean capaces por sí solos de lograr cambios importantes sin coordinación internacional y colaboración desde los países que generan la demanda por sus minerales.

No es aceptable sacrificar ecosistemas y comunidades para extraer los minerales necesarios para abandonar los combustibles fósiles. Los países que lideran la transición energética no pueden seguir haciendo la vista gorda al respecto, y será necesario desarrollar nuevas formas de relacionamiento entre las comunidades locales, la sociedad civil organizada, las empresas y los Estados, no solo dentro de los países, sino a nivel global, de manera de que los costos de la transición energética sean pagados por todos.

[i] Estos y más datos pueden encontrarse en https://ourworldindata.org/renewable-energy.

[ii] Hund, K., Porta, D. L., Fabregas, T. P., Laing, T., & Drexhage, J. (2020). The Mineral Intensity of the Clean Energy Transition, World Bank; International Energy Agency (2021). The Role of Critical Minerals in Clean Energy Transitions.

[iii] Hilson, C. J. (2006). Mining and civil conflict: Revisiting grievance at Bougainville. Minerals & Energy-Raw Materials Report, 21(2), 23–35; Lasslett, K. (2014). State crime on the margins of empire: Rio Tinto, the war on Bougainville and resistance to mining. Pluto Press; Adamo, A. (2018). A cursed and fragmented Island: History and conflict analysis in Bougainville, Papua New Guinea. Small Wars & Insurgencies, 29(1), 164–186.

[iv] El oro no es uno de los metales críticos para la transición energética, pero los problemas asociados a su explotación son similares a los que se observan en otras partes del mundo con otros minerales.

[v] Por ejemplo, si se reciclaran todos los desechos de cobre disponibles en un año, apenas cubrirían la mitad de la actual demanda por cobre, ver Loibl, A., & Espinoza, L. A. T. (2021). Current challenges in copper recycling: aligning insights from material flow analysis with technological research developments and industry issues in Europe and North America. Resources, Conservation and Recycling, 169, 105462; Espinoza, L. A. T. (2012). The contribution of recycling to the supply of metals and minerals (No. 20, p. 8). POLINARES working paper.

[vi] Esto es lo que en economía se llama “internalizar las externalidades”. Las mineras deberían hacerse cargo de los costos que imponen a la sociedad. Evidentemente no ha habido voluntad política de que esto ocurra.

Autor :

Daniel Goya León, es  ingeniero industrial, magíster y doctor en economía, actualmente Profesor Asociado en la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso»

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